La curiosidad a menudo nos impulsa a buscar respuestas de manera rápida e impaciente. Sin embargo, un grupo de investigadores ha descubierto que esta también puede motivarnos a ser pacientes y disfrutar del proceso de descubrir.
30 Agosto 2024 By El Forastero
La curiosidad es una de las fuerzas motrices más poderosas de la mente humana. Desde tiempos remotos, ha sido el impulso detrás de los grandes descubrimientos y avances de la humanidad. Nos empuja a explorar lo desconocido, a aprender y a superar los límites de nuestro conocimiento.
Sin embargo, este deseo insaciable por saber más también tiene un lado menos evidente: la impaciencia. ¿Por qué, cuando la curiosidad nos asalta, sentimos una necesidad casi inmediata de satisfacerla? ¿Qué ocurre en nuestro cerebro que nos hace tan ansiosos por obtener respuestas?
Reducir la incertidumbre
Durante décadas, los psicólogos han conceptualizado la curiosidad como un mecanismo de reducción de la incertidumbre. Según esta visión, la curiosidad surge cuando detectamos una brecha en nuestro conocimiento, una sensación incómoda de no saber algo que creemos que deberíamos saber.
“El estado de no saber o de reconocer una laguna en tus conocimientos puede ser desconcertante, como un picor que hay que rascar. Este sentimiento de incertidumbre motiva entonces una búsqueda de información que, cuando se obtiene, se encuentra con alivio y satisfacción”, señalan los investigadores Abby Hsiung, Jia-Hou Poh y Scott Huettel, de la Universidad de Duke.
Esa inquietud actúa como un impulso que necesitamos satisfacer, y lo hacemos buscando respuestas. La gratificación que obtenemos al llenar esa brecha, es decir, al saciar la curiosidad, nos brinda una sensación de alivio y satisfacción.
Este planteamiento se ha visto respaldado por numerosos estudios. Por ejemplo, en algunas investigaciones recientes se ha comprobado que cuando se les ofrecía a las personas la posibilidad de recibir una respuesta a una pregunta intrigante inmediatamente o más tarde, la mayoría se decantaba por la opción más rápida.
Lo cual pone de manifiesto la impaciencia inherente a la curiosidad: una vez que nuestra mente identifica una brecha en el conocimiento, la necesidad de cerrarla rápidamente se vuelve prioritaria.
El placer de la anticipación
Sin embargo, la imagen de la curiosidad como un simple impulsor de la reducción de la incertidumbre es incompleta. Un estudio reciente realizado por estos científicos de Duke, publicado en ‘Proceedings of the National Academy of Sciences USA’, ofrece una visión más matizada de la curiosidad.
“Descubrimos que, aunque despertar el interés puede impulsar un deseo urgente de respuestas, también puede evocar más paciencia, preparando a las personas para esos momentos de descubrimiento”, afirman los investigadores.
En su experimento, mostraron a más de 2.000 participantes una serie de videos en los que se formaban lentamente dibujos abstractos. A medida que las imágenes se desarrollaban, se les pidió a los participantes que indicaran cuán curiosos estaban sobre lo que se estaba formando, si deseaban seguir viendo el video o preferían saltar al final para ver la imagen completa de inmediato.
Curiosamente, los resultados mostraron que cuanto más curiosos se sentían los participantes, menos inclinados estaban a saltar al final. En lugar de ello, preferían dejar que la imagen se desvelara gradualmente.
“Cuando los participantes estaban más curiosos sobre lo que el dibujo iba a convertirse, eran más propensos a continuar viendo en lugar de adelantarse a la respuesta”, explican. En otras palabras, la curiosidad también puede motivar a las personas a disfrutar del proceso de descubrimiento, incluso cuando esto implica un grado de incertidumbre prolongada.
Dos caras de la misma moneda
Pero, ¿por qué estos hallazgos parecen contradecir la noción tradicional de que la curiosidad nos vuelve impacientes? La clave puede estar en el contexto y en la forma en que se experimenta la curiosidad, de acuerdo con los expertos.
“Una diferencia importante es lo que ocurre mientras esperamos la información. Observar cómo se desarrollan los acontecimientos a lo largo del tiempo, puede resultar menos incómodo que el simple hecho de esperar una respuesta”, añaden.
Sería un estado similar al que experimentamos cuando vemos una película de misterio, donde disfrutamos de la intriga y los giros de la trama, resistiendo el impulso de conocer el desenlace hasta que se revele de manera natural.
En cambio, cuando la incertidumbre no parece resolverse de forma inminente, como en el caso de ver un objeto desconocido y no tener medios inmediatos para identificarlo, la curiosidad puede volverse una fuerza impaciente, empujándonos a buscar respuestas de manera más urgente. Por tanto, la curiosidad puede manifestarse en formas distintas, dependiendo de cómo percibimos el acceso al conocimiento.
La motivación del cerebro
A nivel neurológico, se sabe que la curiosidad activa varias áreas del cerebro involucradas en la anticipación y la recompensa. Un estudio publicado en la revista ‘Neuron’ en 2009 demostró que la curiosidad estimula la liberación de dopamina, un neurotransmisor que juega un papel crucial en el sistema de recompensa del cerebro. Según los expertos, cuando anticipamos la obtención de nueva información, la dopamina crea una sensación de placer, lo que refuerza nuestra motivación para buscar respuestas.
En cualquier caso, pensar en la curiosidad como algo que va más allá de la necesidad de respuestas rápidas también pone de relieve el poder de lo que ocurre cuando nos enfrentamos a la incertidumbre.
“Tener que reflexionar y anticipar respuestas puede mejorar el aprendizaje y la memoria, y la curiosidad puede facilitar estados cerebrales que nos ayudan a codificar nueva información”, remarcan los investigadores. Y concluyen: “Aprender cosas nuevas puede ser difícil, pero aprovechar la curiosidad puede ayudarnos a saborear el proceso de aprendizaje e incluso deleitarnos superando retos”.